13 de junio de 2012

Sofía

Sofía es una chica normal y corriente, pero con muy mala suerte. Nada más llegar a Inglaterra a Sofía se le viene el clima gris encima. Claro, con una diferencia de unos 20ºC entre Alicante y Londres cualquiera mantiene la orientación (y el equilibrio) mental a raya. Con el olor a patatas fritas que impregna el centro de la ciudad su estómago gruñe, su cerebro lo manda callar, está al borde del atropello (aún no ha asimilado el cambio de lado en la circulación) y la lluvia la empapa. Resultado: una melancolía galopante. Y un deseo ferviente de cometer una locura y volverse a casa, al sol, al calor.
Es tranquila, soñadora, quiere vivir su vida en paz, pero parece que los problemas la persiguen como si tuviese un imán y todo se empeña en volverse en su contra: decepcionada por los continuos ligoteos de su novio con todas, embargada por el odio a la polaca que le roba la comida y luego se hace la víctima, agobiada por el insomnio (que aprovecha para planificar venganzas y atribuirse una valentía que en la vida real no posee) y el enclaustramiento entre las cuatro paredes mohosas de su minúscula habitación, estresada por los estudios y el trabajo de fin de semana en la tienda, irresoluta, incapaz de llevar a cabo una venganza, de enfrentarse a la polaca sin que las piernas se le queden hechas flanes, deseosa de pasar desapercibida en clase, torpona, siempre tropezando con cada adoquín suelto en la acera (hasta se cae en medio de la calle y se queda besando el suelo), choca bailando y le rompe la camisa a su sucedáneo de Richard Gere…

Hasta que un día aparece en su vida el mejicano como un rayito de sol en medio de los nubarrones… Se deja llevar por sus impulsos emocionales pero se va adentrando en otro caos, el sentimental.

Bebe para olvidar y divertirse y ordena exhaustivamente sus cosas para compensar el desorden en todo lo demás:
“Se permitió un descanso de cinco minutos antes de cederse a la tarea de deshacer maletas y organizar la habitación, cosa que se le antojó harto complicada precisamente por la dificultad de colocar tantas cosas en un espacio tan pequeño y dejando hueco para pasar hasta la ventana. Era una ferviente amante de la organización, “el orden es el primer paso hacia la felicidad”, solía pensar. Aunque su vida no era enteramente feliz por otros motivos, al menos en ese aspecto lo tenía todo controlado. Después de dos horas de ímprobos esfuerzos de cálculo y distribución de espacios (los de Ikea podrían contratarme) le entró un hambre atroz…”

Sofía no tolera la comida picante ni las patatas fritas de furgoneta, contra las que su estómago se rebela en forma de diarrea recalcitrante.
“En cuanto se bajó del autobús tuvo que acelerar el paso urgida por un apretón de su intestino malherido y unas flatulencias capaces de despertar el más obtuso de los olfatos y el más tapiado de los oídos. Ignoraba si desde su trono en el salón la polaca alcanzaba a escuchar la mascletá gaseosa que se desató en el aseo. Lo dejó convertido en una cámara de gas mortecino donde no le habría recomendado a nadie prender una cerilla.”

Sofía se queda prendada de Jorgen en cuanto lo ve:
“Miraba de reojo a Carlo, conversando y riendo sin parar con sus admiradoras (éste se ha creído que es una estrella de cine) y se sentía ignorada y terriblemente irritada. Por eso se alegró cuando, una de las veces que fue a la mesa a por algo de picar, un tío se le acercó por un lado. Ambos fueron a coger patatas del mismo plato. Retiraron la mano al mismo tiempo, sonriendo. Se miraron. Él hizo un gesto para darle a entender que cogiera ella primero. Pero ella ya no prestó atención. Se había perdido en esa sonrisa.”
Pero sus caminos divergen. Ella aún piensa en Sergio, está con Carlo…

No hay comentarios:

Publicar un comentario