24 de junio de 2012

La polaca

La polaca. La manzana podrida de toda casa que nadie desearía que le tocase en suerte. La pérfida, la malévola, la insidiosa… también conocida como la pústula.
Una aparente anorexia le mantiene el cuerpo más seco que el palo de una escoba, y sin embargo le roba comida a las demás. La ladrona. Con Sofía se ceba. Se dedica a robarle la comida sistemáticamente. Rosana sugiere y Mariana confirma el posible motivo tras los hurtos desmedidos: los celos, celos por robarle la amistad de la española. ¿Pero son celos sólo por amistad o los mezquinos sentimientos de la polaca (si es que los tiene) son más profundos de lo que parece? ¿Es sólo amistad lo que le gustaría a la cleptómana mantener con Mariana? Nunca aparece con ningún hombre… 

“…una silueta se materializó tras el cristal esmerilado.
Lo que le abrió fue una gran cabeza ensartada sobre la esquelética figura de una chica morena, alta y desgarbada, como una aceituna pinchada en un palillo (por no decir algo más grosero).
—Hello —dijo con cara agria. A Sofía le chirriaron los oídos. Reconoció el acento polaco de inmediato y rememoró la odiosa temporada que había tenido que convivir con las otras polacas insoportables en la casa-pocilga de Headington.
Le explicó a la Chupa-Chups que era la nueva inquilina, bueno, la que en realidad ya vivía allí antes de marcharse a España por una temporada y ahora regresaba a la misma casa. Entonces esa expresión acre de la polaca se transformó en una sonrisa falsurrona de oreja a oreja mientras el cuerpo bajo ella se abalanzaba sobre Sofía y le hincaba varios huesos estrujándola en un abrazo de bienvenida. Un poco más fuerte y me deja moratones. Esta muestra de desmedida efusividad desconcertó a Sofía quien, si bien no se tenía a sí misma como un dechado de apasionamiento, sobre todo del contacto físico con extraños, no pudo por más que desconfiar, como hacía de aquella gente que se precipita así sobre el prójimo al primer contacto. Le preguntó por los demás inquilinos y la exaltada vecina le explicó que consistían en otra chica española, que aún no había llegado del trabajo, y una checa (de la República Checa), aún por instalarse. Pretextando un absoluto cansancio pero verdaderamente tratando de huir de aquel acento que estaba ahondando aún más su deprimido estado mental, se retiró a su habitación.
—¡Estaré abajo por si me necesitas!
Ni aunque me estuviera muriendo.
De repente se dio cuenta de que tenía que subir las maletas por las escaleras ella sola (el muy imbécil de Carlo) y a punto estuvo de cambiar de idea y llamar a la polaca, pero cayó en la cuenta de que ese esqueleto cabezón no sería de gran ayuda.”
(Capítulo 1)

Ya desde un primer momento a Sofía no le dio buena espina, no le causó buena impresión. Creyó que se había dejado llevar por sus prejuicios y la desagradable experiencia con otras polacas en el pasado. Pero comienzan los robos… y una guerra silenciosa se desata entre ellas. Sofía lleva las de perder.

“En respuesta al comportamiento execrable de la víbora putrefacta (algunos lo llamarían venganza), Sofía abrió y cerró a golpes la portezuela de su alacena hasta que creyó que con una vez más se rompería. Hizo lo mismo con la puerta del microondas, depositó la taza en la encimera con fuerza (esto no funcionó porque la costra de suciedad amortiguó el golpe y además luego le costó despegarla), ordenó por tamaños los platos sucios amontonados en el fregadero, dejándolos caer pero sin romperlos, abrió otra portezuela de la que no tenía que extraer nada y cualquier otra fechoría que se le ocurrió. A los cinco minutos la pústula infecta se levantó y subió al aseo tambaleándose como una zombi. Sofía se giró un momento y la vio pasar de refilón. La había despertado; eso imbuyó su penoso estado anímico de renovados bríos.” (Capítulo 25)

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