20 de julio de 2012

Héctor


Héctor, compañero de trabajo de Sofía en Linark los fines de semana. En un momento dado, Héctor también llega a ser importante en la vida de Sofía. Quizá importante sea un término demasiado fuerte para este caso; Héctor fue más bien como un bálsamo en un momento en que todo parecía derrumbarse.

 “—Tengo una resaca, tía, que me estoy muriendo —le dijo Héctor detrás de uno de los percheros.
—No me digas, pues ya somos dos —dijo Sofía con los ojos semicerrados—. Fíjate que no sé ni cómo he llegado hasta aquí, me he dormido en el bus. Menos mal que es la última parada.
—Cuando yo me he levantado todavía me duraba el pedal. Bah, voy a dejar aquí toda esta mierda y me largo al aseo un rato —dijo Héctor, y acto seguido colgó las prendas en el perchero más próximo y se alejó.
—No te pases, hombre, al menos pon alguna en su sitio.
—Sí, a ver cómo las encuentro, si hoy no tengo ni cerebro.
No, ni hoy ni nunca.
Héctor era un chico de veinticuatro años con mentalidad de quince. Era increíblemente guapo, alto, moreno, ojos azules. Un modelo.”

No hay comentarios:

Publicar un comentario