16 de julio de 2012

¿Quién quiere unas patatitas fritas?

¿Quién quiere unas patatitas fritas?

“Al llegar a la parada del autobús las fosas nasales de Sofía percibieron el apetitoso aroma de las patatas fritas y se abrió un agujero, más grande que los descubiertos por Stephen Hawking, en su estómago. Como el autobús no había llegado aún (después Sofía maldeciría este hecho) Rosana y ella acabaron con una bandeja de patatas fritas con kétchup en las mano...s. Tampoco me voy a morir, y así al menos me absorbe el alcohol. Las pocas personas que estaban desperdigadas alrededor de la parada del bus a esas horas se convirtieron en cientos que se generaron espontáneamente en cuanto el autobús asomó el morro por la esquina. Rosana y ella, concentradas en las patatas fritas, masa de grasa deliciosa que calmaba sus estómagos, no tuvieron tiempo de reaccionar a semejante marabunta y acabaron al final de la cola. Cuando ya se acercaban al vehículo Sofía tropezó con un adoquín roto de la acera, le dio un manotazo al de delante para aferrarse a su camiseta y evitar una estrepitosa caída y las patatas fritas salieron volando por los aires, manchando de kétchup los pantalones y los tops de tirantes de la concurrencia que se arracimaba delante de ella.
—Sorry, sorry —le dijo al que había sufrido su manotazo, que se había girado y la miraba con ganas de matarla—. Joder con las aceras, es que no hay ninguna que esté bien. ¿Pero es que en este país pegan los adoquines con pegamento Imedio? Hala, a tomar por culo las patatas —dijo Sofía mirando con pena cómo eran aplastadas por los pies que se afanaban en subir al autobús. Una patata se quedó pinchada en el tacón de aguja de una chica y Sofía la siguió con la mirada. Su estómago se quejó y por un segundo, aún bajo los efectos del alcohol, Sofía estuvo tentada de recogerlas del suelo. Y del tacón.”

Esas inocentes patatitas, al día siguiente...

“En cuanto se bajó del autobús tuvo que acelerar el paso urgida por un apretón de su intestino malherido y unas flatulencias capaces de despertar el más obtuso de los olfatos y el más tapiado de los oídos. Ignoraba si desde su trono en el salón la polaca alcanzaba a escuchar la mascletá gaseosa que se desató en el aseo. Lo dejó convertido en una cámara de gas mortecino donde no le habría recomendado a nadie prender una cerilla.”

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